DE MONSTRUOS Y CEBOLLAS: EL PAISAJE CULTURAL LACUSTRE DEL LAGO DE TOTA -PARTE 1-
- Daniel Laverde Leon
- 24 jul 2024
- 8 Min. de lectura
La teoría del Paisaje Cultural Marítimo (PCM) propuesta por el investigador sueco Christer Westerdahl (1982) ha sido fundamental para comprender la relación entre el paisaje cultural y los espacios acuáticos y terrestres, así como las personas que los habitan. Westerdahl define el Paisaje Cultural Marítimo como la utilización humana del espacio marítimo en barco, incluyendo actividades como asentamientos, pesca, caza, navegación y las subculturas asociadas, como pilotos, fareros y marineros.

Según este enfoque, un Paisaje Cultural Marítimo es un complejo territorial que surge de la interacción evolutiva entre el espacio acuático y el ser humano. Este paisaje abarca actividades socioculturales, económicas y fenómenos asociados. Además, considera tanto elementos tangibles como intangibles, incluyendo componentes naturales y culturales interrelacionados tanto en tierra como bajo el agua.
Una extensión de esta teoría es el Paisaje Cultural Lacustre (PCL), definido por Alexandra Biar como "el uso humano de una zona lacustre mediante embarcaciones, infraestructuras (diques, calzadas, compuertas), instalaciones (puertos, embarcaderos, canales, puentes, aduanas) y rutas de transporte acuático, así como actividades económicas, políticas, religiosas y militares relacionadas con su explotación". Esto abarca tanto elementos materiales como inmateriales, como canciones, danzas, artesanía y leyendas, tanto en tierra como bajo el agua.
El Lago de Tota en Boyacá, Colombia; es un ejemplo relevante para comprender la teoría del Paisaje Cultural Lacustre. Su rica historia cultural y arqueológica se remonta a tiempos prehispánicos, con conexiones importantes con las comunidades Muiscas. A lo largo de la historia, las percepciones y usos del territorio han evolucionado, desde las comunidades españolas y coloniales hasta las comunidades campesinas actuales. Explorar cómo las percepciones indígenas y españolas se entrelazan en el presente nos ayuda a comprender el acervo arqueológico tanto terrestre como acuático en este entorno lacustre.
Al acercarnos personalmente a este espacio, en primera instancia podría parecer que el pasado indígena se ha desvanecido de la memoria de las comunidades. Sin embargo, al analizar detenidamente las memorias y las historias que cuentan las comunidades sobre el Lago de Tota, encontramos que la gran mayoría de los relatos sobre el origen de este cuerpo de agua se remontan a una historia transmitida de generación en generación. Según esta narrativa, dos niños indígenas llevaban consigo dos cántaros llenos de leche, pero en un descuido mientras jugaban, dejaron caer dichos cántaros, derramando su contenido y creando las actuales aguas que conforman el lago. Aunque este relato varía según quién lo cuente, es, en general, la historia que vive en la memoria de las comunidades. Paralelamente, existe otra historia relacionada con la figura de Bochica, quien intervino en la creación de las aguas del lago cuando este era un territorio árido. Esta historia de origen está documentada por Lilia Montaña de Silvia Celis.
A nivel arqueológico, hasta el momento no hay evidencia que corrobore estas historias, pero aún existen elementos que indican la presencia de las comunidades indígenas que habitaron este territorio. Por ejemplo, se han encontrado arte rupestre y otros elementos arqueológicos como vasijas, objetos de piedra, etc. Uno de los sitios relevantes es La Piedra de la Danza (apodada así por la comunidad), ubicada en la vía de Cuitiva a Llano de Alarcón (Aquitania), la cual expone varios pictogramas en los cuales parecen haber representadas figuras humanas. Aunque aún no se ha realizado la documentación adecuada de este sitio, su proximidad a la laguna y la orientación de la pictografía hacia el agua sugieren una posible relación con el lago (Sería valioso realizar estudios más meticulosos para confirmar esta hipótesis).

Además, cerca del pueblo de Cuitiva, en la carretera que comunica con el pueblo de Iza, se encuentra un petroglifo que aparenta la forma de la planta de un pie tallado en una roca. Localmente, se le llama la “Piedra de San Bartolomé”, en alusión a la peregrinación de este santo. En 1982, Gabriel Camargo Pérez documentó este sitio como el “Pie de Bochica”, en referencia al personaje mitológico Muysca y las huellas que dejó marcadas en diferentes rocas a lo largo del territorio cundiboyacense. Aunque la erosión dificulta la evidencia de este arte rupestre, el vestigio arqueológico sigue presente.
Además, en el municipio de Cuitiva, específicamente en la zona de Playa Rosada, se encuentra un sitio de arte rupestre. Durante nuestra primera visita, en colaboración con la comunidad de Cuitiva, pudimos documentar este sitio. Según los relatos de la comunidad, este arte rupestre está tallado en una roca que actualmente se encuentra semisumergida en la laguna. La roca presenta figuras antropomorfas y espirales, las cuales en este momento se encuentran cubierta por la marea del lago. Lamentablemente, no pudimos documentar gráficamente estos elementos rupestres debido a la falta de equipo de inmersión. Sin embargo, esperamos que en futuras visitas podamos registrarlos adecuadamente.

Este hallazgo nos plantea la posibilidad de hablar sobre patrimonio cultural sumergido en aguas continentales, siendo este el primero registrado en el Lago de Tota. Cerca de esta misma roca, encontramos otra con dos figuras talladas: una Clave de Sol y, aparentemente, una hoja. Aunque no podemos afirmar en este momento que estén relacionadas con las comunidades primitivas que habitaron el territorio, sí son evidencias de las prácticas pasadas de la comunidad que visitaba estos espacios durante sus paseos de olla y salidas escolares, según lo relata la misma comunidad.
En los municipios de Aquitania y Tota, aunque aún no hemos verificado la presencia de arte rupestre, existen relatos sobre su existencia. Por ejemplo, en la zona de Los Arcos y Piedras Gordas, cerca de las inmediaciones del lago, hay cuevas en las que la comunidad relata la presencia de petroglifos, como figuras de manos talladas. También se menciona la figura de una planta de pie tallada en la vereda de Suse, en el municipio de Aquitania. Aunque no se ha confirmado su presencia, no podemos descartar la existencia de material arqueológico. Aunque escasamente documentado hasta ahora, se está demostrando la presencia de un rico potencial arqueológico precolombino en la laguna y sus alrededores.
Además de los petroglifos, existen otros elementos arqueológicos, como manos de moler, herramientas líticas y vasijas cerámicas, que están en posesión de algunos habitantes de la comunidad. Estos objetos han sido encontrados durante labores agrícolas o asociados a la gualquería. Los relatos también mencionan apariciones de “gaucas” y “entierros indígenas” en varias zonas del territorio.

Con relación a la herencia colonial española, esta es la más presente en el territorio. Se evidencia en las tradiciones, la música, las historias y, sobre todo, en las creencias religiosas católicas. Uno de los hechos que ha tenido un impacto duradero y sigue configurando el imaginario y la percepción del lago es la aparición del Señor de los Milagros.
Según los registros históricos, el 15 de enero de 1730, en la península del Potrero (actual península de Daito), el leñador Bernardo Pérez, acompañado de los niños José Ulido y Juan Agustín Pérez, presenció la aparición de una figura de Jesucristo crucificado en un árbol de guaque mientras talaban madera. Los niños informaron al leñador, quien a su vez comunicó el suceso al párroco de Puebloviejo (hoy Aquitania). Posteriormente, se ordenó cortar el árbol y trasladarlo a la parroquia de Pueblo Viejo. En 1767, el sacerdote Ignacio Javier Arias de Bustamante encargó a un escultor del Socorro que tallara la actual imagen del Señor de los Milagros, que hoy se exhibe en el altar de la catedral de Aquitania.
Este evento ha influido significativamente en la percepción de las comunidades respecto al lago. A nivel arqueológico, o más bien etnoarqueológico, se evidencia un fuerte arraigo católico en el territorio. Al caminar por Aquitania, se observa la presencia de varias parroquias (aproximadamente 15) y altares católicos distribuidos alrededor del lago. Destaca la figura tallada de la Virgen del Carmen en un árbol del puerto de la Isla de San Pedro o Isla Grande. Esta figura forma parte de una celebración en la que los lancheros realizan una peregrinación a la isla para encomendarse a esta santa. Además, los nombres sacros católicos asignados a las islas, como San Pedro, Santo Domingo y La Custodia, refuerzan esta conexión religiosa.

Estos elementos forman parte de lo que Joe Flatman denomina “Paisaje Ritual”, integrado en el paisaje cultural lacustre. Aunque incipientes, estos elementos etnoarqueológicos hacen referencia a las cualidades liminales de la orilla y el entorno acuático como elementos teológicos. Aunque no se considera un espacio sagrado en la perspectiva católica, el lago es fundamental en la cotidianidad de las comunidades de Tota, apropiándose de su subsistencia a través de estos elementos sacros. En este sentido, estas creencias han configurado el espacio lacustre tanto en tiempos históricos como modernos. Sin estas historias, el folclore probablemente se reduciría a la nada. Creo que estas narrativas son las últimas en desaparecer.
Además, cabe señalar la presencia de otros elementos arqueológicos en el territorio que remiten a tiempos coloniales y republicanos. Entre ellos, destacan las estructuras arquitectónicas construidas con técnicas de ladrillo de adobe y tapia pisada. Aunque no podemos afirmar con certeza que todas estas estructuras se relacionen con esos horizontes temporales, algunas claramente hacen referencia a los estilos arquitectónicos coloniales de la época. En la zona urbana de Pueblo de Aquitania, en la cumbre de La Peña y a lo largo de la bahía del mismo pueblo, así como en Playa Rosada en Cuitiva y a lo largo de la bahía del pueblo de Tota, se pueden observar estas arquitecturas. Contrastan con el paisaje acuático y cebollero, creando un diálogo entre el pasado y el presente del territorio.
Personalmente, me llama la atención una estructura en la bahía de la Península de Susaca. Esta casa de dos pisos oculta un sótano falso y, aunque está en ruinas, se conserva debido a la escasa presencia de personas en la zona. Se sospecha que esta casa pudo haber sido el hospedaje donde Mr. Lenoir se quedó antes de emprender su travesía en el Cóndor de los Andes. Formaría parte del complejo prototurístico de los Hermanos Joaquín Díaz Escobar y Nicolás Díaz Escobar, quienes tenían una escuela naval en el Lago de Tota a mediados del siglo XIX.

En la Isla de San Pedro, también se encuentran paredes de ladrillos de adobe que podrían relacionarse con el hospedaje del complejo de los hermanos Díaz Escobar en esa época. Estas ruinas contrastan con las de una casa de mediados de 1970, parte de un complejo agrícola donde se alojaban los trabajadores que cultivaban cebolla en la isla entre las décadas de 1960 y 1980.
Aunque estos espacios y elementos arqueológicos parecen formar parte de una memoria cada vez más borrosa, menos recordada por las nuevas generaciones, son los testigos del paso del tiempo en el lago. Representan la evolución de este cuerpo de agua y su pasado. Un pasado que a menudo no está escrito, pero que hoy forma parte del paisaje lacustre del Lago de Tota, así como de los territorios que lo rodean. Es así como los elementos arqueológicos se convierten en testigos clave para entender cómo las personas han utilizado este espacio y su entorno acuático.
Por el momento, podemos concluir que, en tiempos más modernos, estos elementos configuran el paisaje cultural lacustre que se ha construido a lo largo del tiempo en el Lago de Tota. Aunque parezca que estas historias no estén presentes en la memoria de los habitantes, las evidencias arqueológicas perduran en el territorio a pesar del paso del tiempo. Como miembro de la comunidad y arqueólogo, me motiva seguir investigando este espacio y abordarlo desde una perspectiva académica y ética que respete y considere los procesos de las comunidades que lo habitan. No debemos permitir que la academia explote los conocimientos y recursos culturales sin tener en cuenta el bienestar de las comunidades.
Referencias:
Lenoir, M., (1868). El Lago de Tota Navegado: El Océano Pacifico en la cima de los Andes Colombianos. Colección Biblioteca Nacional.
Camargo, G., (1982). Tota, bendición de Nemqueteba:
defensa y salvación de un lago colombiano.
Silva Celis, S., (1970). Mitos, leyendas, tradiciones y folclor del Lago de Tota.
Avella, A., (1927). Reseña histórica de PueloViejo.
Westerdahl, C., (1992). The maritime cultural landscape. International Journal of Nautical Archaeology, 21(1), 5–14.
Biar, A. (2020). A Lacustrine Cultural Landscape in the Prehispanic Basin of Mexico. International Journal of Nautical Archaeology, 49(2), 341–356.
Flatman, J. (2011). Places of special meaning: Westerdahl’s comet, “agency,” and the concept of the “Maritime Cultural Landscape”. In The archaeology of maritime landscapes (pp. 311-329). Springer, New York, NY.
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